HIJOS DEL MAR


No tenía ni idea de lo que pintaría el sábado. Y eran las 23:45 del viernes. Y ya llevaba algunas escurridas con las improvisaciones de cuadros. Así que fui a lo seguro: el perro semihundido de Goya, que le tenía ganas como composición adelantada cuatrocientos lustros a su época.

La idea era mantener el espíritu, incluso la tonalidad y textura. Y, sobre todo el misterio del relato que hay detrás de ese perro. Lo que se intuye que mira, lo que hay allí, tan cerca o tan lejos.

Por supuesto no se trataba de copiar, sino de partir de la referencia, y elaboré el sábado por la mañana este boceto, antes de salir para el estudio. Básicamente la misma ladera del primer término, pero en vez del perro, un tipo oscuro con un farolillo. Estela de luz alrededor sin que el personaje mostrara más que un ligero perfil.



Y así, con fidelidad a Goya y al boceto, fui pariendo durante una hora un espantoso cuadro en el que jamás asomó misterio alguno. Y creo que ahí lo dejé. Exhausto, perdido, y con la seguridad de que se acabaron esas improvisaciones que tan felices resultados me habían dado en recientes ocasiones. 

Quizá en la siguiente sesión, o durante la mitad de ese primer día, decidí utilizar la oscura ladera del primer término, como lontananza perdida al final. Y su doble duna, en plena oscuridad nocturna, me recordó más al movimiento de las olas en altamar. Así que, ¿por qué no?

Luego vinieron las criaturas, una familia que aparece al fondo, con diferentes tamaños y de imposible dimensión y perspectiva, incoherentes con el tamaño de olas y distancia. Y ahí ya estaba el cuadro. 

Curiosamente, al alejarme de Goya, me acerqué mucho más a él, porque partiendo del perro, llegué al Gigante. 


Es posible que muchos de los cuadros que esperan en nuestro interior solo pueden salir a la luz a través del juego, del cabreo y de la insistencia de pintar sobre la propia pintura. Y es entonces cuando llegamos a descubrir que preexistían porque fueron antes devorados por nosotros, y el tiempo o la visión ajena así nos lo hace ver.

Un amigo me recordó las palabras de Alphone Bertillon: "Se puede ver solo lo que se observa, y se observa solo lo que ya está en la mente".

Yo creo que el universo gráfico se nos forma de niños, y nuestra capacidad de absorción casi termina por las mismas fechas. Y cuando uno se vuelve honesto con lo que hace, en realidad solo está regresando a ese ser que una vez fue y que, aunque no lo parezca, nunca hemos olvidado.

PD. Pinté un faro, que borré, porque hacía daño a la luna. Hay dos pequeñas figuras que suplen al faro, que estuvo bajo la luna. Quizá son dos tipos aterrados contemplando las enormes criaturas de la izquierda. O quizá están allí para darles la bienvenida, como las mujeres de los pescadores, con sus farolillos. Puede que al final haya metido todo lo que me proponía. ¿O no?

PD. Llevo varios años pergeñando una novela de Monstruos Marinos. Pero curiosamente no tiene nada que ver con este cuadro. ¿O sí?

No hay comentarios:

Publicar un comentario